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Dispraxia: mucho más que torpeza


Los afectados por dispraxia muestran torpeza y lentitud para llevar a cabo cualquier movimiento coordinado 

La dispraxia es una patología psicomotriz cuyos afectados muestran torpeza y lentitud para ejecutar movimientos coordinados. No implica deficiencia intelectual, aunque es habitual que se acompañe de trastornos del aprendizaje, del lenguaje, motores y del desarrollo sensorial y emocional. Los que padecen el también llamado "síndrome del niño torpe" no pueden concluir simples acciones, como abrocharse una camisa o atarse los cordones de los zapatos; también saben lo que quieren decir, pero no pueden controlar los músculos para producir o secuenciar los sonidos. Se estima que un 6% de los niños de entre 5 y 11 años sufre algún grado de dispraxia. En este artículo se explica en qué consiste la dispraxia y cuáles son las causas de su desarrollo.

Dispraxia o "síndrome del niño torpe"

Torpeza, falta de coordinación y lentitud al ejecutar movimientos coordinados (recortar, abrocharse los cordones, cepillarse los dientes, abrocharse una hebilla, peinarse, escribir, abotonarse la camisa, etc.) y problemas con el lenguaje (pronunciar palabras o sílabas), la percepción y el pensamiento. Estos son, a grandes rasgos, algunos síntomas que manifiestan los afectados de dispraxia que, en definitiva, es la dificultad para realizar movimientos organizados cuando el sistema motor está preservado. Las señales que muestran en las fases iniciales llevan a los progenitores a pensar que su hijo sufre de torpeza -de ahí la denominación "síndrome del niño torpe"- que disminuirá a medida que cumpla años.

El término dispraxia proviene de dis (dificultad o anomalía) y praxis (práctica). Este trastorno afecta a la planificación de qué hacer y cómo hacerlo, y en todas las fases y aspectos del crecimiento de un niño: físico, social, de memoria, lenguaje, de percepción y desarrollo sensorial, intelectual y emocional. Aunque hay pocos estudios rigurosos al respecto, se estima que alrededor del 6% de los pequeños de entre 5 y 11 años sufre dispraxia en mayor o menor grado.

"La dispraxia se diferencia de la apraxia en que en la primera los movimientos no han llegado a desarrollarse de forma correcta, por lo que suele darse en población infantil, mientras que en la segunda sí que se han adquirido y, después, por una lesión cerebral, se han perdido total o de manera parcial", aclara Ignacio Sánchez Cubillo, doctor en Neuropsicología y experto en la evaluación médico forense del daño cerebral de la Red Menni de Daño Cerebral, que agrupa los centros de las Hermanas Hospitalarias de Madrid, País Vasco, Valladolid y Valencia.

Pero, ¿cómo se diagnostica? "El procedimiento evaluador se basa en la observación sistemática, al tomar como referencia las escalas de desarrollo. Estas herramientas marcan los hitos que el niño debe alcanzar según su edad. Es más difícil hallar instrumentos cuantitativos, aunque algunos test, como el 'Test Barcelona', incluyen algunas pruebas estandarizadas", explica el especialista.

Clasificación de dispraxia

La dispraxia se clasifica, según unos síntomas muy específicos que manifiestan los afectados, en:


  1. Ideomotora: cuando hay dificultad en la realización de una sencilla tarea motora, de un solo paso, como peinarse o ponerse los zapatos. 
  2. Ideatoria: implica un problema hacer tareas que comprenden varios pasos, como cepillarse los dientes, ponerse la ropa por orden o atarse los cordones de los zapatos, entre otras. 
  3. Oromotora o del habla: existe dificultad para coordinar los movimientos musculares que son necesarios para pronunciar palabras y sílabas. 
  4. Constructiva: cuando la dispraxia afecta a la capacidad de comprender la relaciones de espacio y se hace muy complicado mover los objetos de un lugar a otro.


Tratamiento para la dispraxia

Este trastorno psicomotriz se aborda en función del tipo de dispraxia que se sufra. En general, "los terapeutas ocupacionales y fisioterapeutas se encargan de las modalidades motoras, mientras que los logopedas son expertos en el habla. El neuropsicólogo interviene en especial en las personas con dispraxia ideatoria", según Sánchez Cubillo. No obstante, este especialista insiste en que, en todos los casos, es necesario educar a la familia para que se realicen ejercicios en casa.

A modo de ejemplo, este experto describe cómo, desde el ámbito de terapia ocupacional y fisioterapia, se enseña a repetir secuencias motoras, un entrenamiento muy repetitivo, desde las más simples hasta las de mayor complejidad a medida que el niño evoluciona. En logopedia, es importante "dar el patrón correcto y no corregir los errores. Se trabajan los diferentes puntos articulatorios, además de movimientos bucofonatorios".

¿Cuál es el pronóstico? A esta cuestión, Sánchez Cubillo señala que, con tratamiento, el pronóstico es positivo, aunque el grado de evolución depende de su severidad y de la intensidad de los tratamientos. "La práctica en casa con los progenitores es fundamental", repite. Este especialista de la Unidad de Daño Cerebral Infantil del Hospital Aita Menni en Bilbao explica que no hay herramientas que no requieran, precisamente, del gesto motor para emplearlas, por lo que la única ayuda que pueden recibir es la de las personas cuidadoras y, en especial, la del entrenamiento para superar la propia dispraxia.

Causas y factores de riesgo de dispraxia

A pesar de que la causa principal se desconoce, algunos especialistas apuntan que en edades tempranas la dispraxia podría deberse a lesiones cerebrales por inmadurez en el desarrollo de las neuronas o por anoxia (falta de oxígeno) durante el parto. En adultos, puede ser un trastorno secundario a enfermedades, como ictus, o por lesiones debidas a traumatismo craneoencefálico, entre otros.

Entre los factores de riesgo que se asocian a la dispraxia están:


  • Prematuridad (antes de las 37 semanas). 
  • Consumo de sustancias tóxicas durante el embarazo (tabaquismo, drogas o alcohol). 
  • Antecedentes familiares de dispraxia. 


De la misma manera que los niños, los adultos afectados por este trastorno tienen dificultades para realizar las tareas habituales, como pueden ser el arreglo personal, las labores domésticas y la conducción de vehículos. Además, se les hace difícil mantenerse en un lugar de trabajo. Son torpes de movimientos u tienen problemas de dicción y para modular el tono y el volumen de la voz. La mayoría, además de movimientos torpes, también muestran dificultades para escribir.


 
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