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LOS CELOS INFANTILES



Consideraciones:

Los celos son sentimientos de envidia y resentimiento hacia otra persona que se supone obligada a prestarnos atención y no lo hace. Constituyen una reacción emotiva próxima a la ansiedad.

En la familia, la rivalidad entre los hermanos por conseguir el afecto y la atención de los padres suele ser el principal y primer motivo de celos.

Las fuentes de este sentimiento pueden ser reales (particularmente cuando los padres establecen comparaciones diferenciadoras entre sus hijos, que comportan una agravio comparativo para uno de ellos) o imaginarias (cuando el niño atribuye o malinterpreta la valía y/o intención de sus padres, hermanos o compañeros).

Los celos son un estadio relativamente normal que hay que superar y no tienen importancia sin son circunstanciales y pasajeros, pero hemos de prestarles atención cuando alteren la convivencia y el desarrollo normal del niño o sean persistentes y no remitan pasados los cinco años de edad. Si se perpetúan pueden conducir a un desarrollo anómalo de la personalidad, apareciendo síntomas muy diversos, como agresividad incontrolada, manifiesta inseguridad, regresión y desajuste en laS relaciones interpersonales (desconfianza, terquedad y envidia).

Líneas de intervención

Prevención: Es el medio más sencillo, natural y eficaz de evitar la reacción celosa.

Fortalecer la autoconfianza del niño, así como el sentimiento de seguridad personal evitando hábitos de comparar afectos, pertenencias, capacidades., (declarados o solapados).

Educación de la afectividad basada en la cooperación, la confianza en los demás, el altruismo y en una visión positiva de las relaciones humanas y ofreciendo modelos familiares consecuentes.

Modificación de conducta: reforzando conductas positivas e incompatibles con la reacción de celos e ignorando las inadecuadas.

Retribución cognitiva: Ayudar a discriminar y comprender las verdaderas causas de los problemas y de los éxitos, de los afectos y las reprimendas. Esto se consigue con técnicas específicas pero también a través del diálogo razonado y de la coherencia de nuestras actuaciones.


Ante un niño celoso, los padres no pueden adoptar una actitud demasiado permisiva ni excesivamente represora. No corregir la conducta celosa como se debe -- sin exigencias descarnadas, pero también sin blandas e injustas tolerancias -- supone el que los padres están enseñando a sus hijos a odiar a sus rivales. Los padres que permiten esas conductas enseñan al hijo que ciertos sentimientos de envidia y de odio pueden estar justificados; que compararse con los demás es lo normal; que descalificar al compañero porque tiene más o mejores habilidades que nosotros es algo corriente. Pero una atención desmedida de los padres al comportamiento celoso de sus hijos o sus machaconas referencias al problema pueden contribuir a prolongar lo que tal vez no era sino apenas una conducta sin importancia.

Si entre el niño celoso y el hermano de quien tiene celos hay mas diferencia de edad, los celos pueden resolverse con gran rapidez a través de actitudes miméticas que le permitan al hermano mayor celoso imitar a la madre en las tareas y prestaciones que esta realiza con el recién nacido. En estas circunstancias, a través de un mecanismo de imitación y de identificación con la madre, el niño celoso madura muy rápidamente y su deseo de ser mayor le hace apartarse hasta declinar competir con su hermano recién nacido por el afecto y la atención de su madre. En este caso las consecuencias de los celos pueden llegar a ser positivas, por cuanto que pueden constituir un poderoso recurso al servicio de la pronta maduración del niño celoso.

Las madres desempeñan en la educación afectiva una importante e irreemplazable función, ya que la conducta de apego entre sus hijos y ellas no son simétricas ni se sitúan al mismo nivel. En efecto, para cada niño su madre es única e irremplazable, mientras que para muchas madres el amor de su pequeño es también irremplazable y único pero de otra manera, ya que deben atender a las demandas de afectos que les hacen los otros hijos.

Los padres deben tratar de implantar en los hijos actitudes mas cooperativas y menos competitivas. La formación de actitudes cooperativas en los hijos pasa por educarles en la solidaridad y el altruismo. Si desde pequeños aprenden a ser generosos, a compartir aquello que tienen--y que, lógicamente, es suyo--, pero que quizás otro de sus hermanos puede necesitarlo también, de seguro que su competitividad será menos egoísta y más madura, a la vez que mejoraran también sus actitudes hacia la cooperación.

Esto hacemos cuando les enseñamos a prestar sus cosas, a colaborar --aunque sólo sea con su mera presencia en cualquier pequeño arreglo que hay que realizar en la casa—a responsabilizarse y cumplir con el encargo que se le ha hecho y del que probablemente depende el bienestar de los que le rodean. Otras actividades que no deben faltar consisten en solicitar y conseguir algún pequeño favor para el hermano mas pequeño; ayudarle en las pequeñas dificultades que pueda tener; enseñarle a solucionar los problemas que se le presentan de manera que sea él mismo, a través de la ayuda que recibe, el que los resuelve,
etc.

También debe aprender a escuchar, conocer los proyectos y juegos de los otros y colaborar con ellos, tolerar otras peculiaridades y aficiones aunque sean muy innovadoras o discrepantes de las que para él son usuales, es decir, desarrollar el gusto por todo lo que sea instructivo y ayude a la convivencia y al respecto por un sano pluralismo.

Todas las anteriores son actitudes cooperativas en las que es necesario educar a los hijos, no importa la edad que tengan con tal de que el contenido de las actividades que aprenden se ajuste a su edad.

Los padres deben reflexionar sobre si el estilo de conducta que desean aprendan sus hijos pues, como ha sido demostrado, aquellos aprenden por imitación --a través del llamado aprendizaje vicario--, la mayoría de su repertorio de conductas. Si la madre tolera las peleas y riñas entre hermanos, estas irán a más. Si los padres se gritan entre ellos, sus hijos aprenderán a resolver sus conflictos gritando. Si el padre se manifiesta celoso y desconfiado respecto de la madre, es lógico que alguno de sus hijos siga mas tarde su ejemplo. Si nos mostramos injustos --comprensivos con unos e intolerantes con otros--, es muy probable que entre nuestros hijos se establezca una dosis mayor de rivalidad, igualmente injusta. Si reaccionamos con ansiedad o perdemos la compostura ante un hecho sin importancia, nada de particular tiene que esa misma conducta se manifieste más tarde en nuestros hijos.


Los padres no debieran manifestar, ni siquiera de broma, las preferencias por este o aquel hijo. En ningún hogar debiera existir jamás un hijo o una hija preferida. Todos los hijos son, en cierto modo, igualmente preferidos, porque cada uno de ellos es irrepetible, insustituible y único.

Ciertas campañas publicitarias relativas a los bienes de consumo pueden contribuir a deformar la educación afectiva que recibe el niño pequeño. Cualquier spot publicitario que el niño observa en la televisión le incita a desearlo y, lo que es peor, a sentirse frustrado—incluso siguiendo e imitando el mismo guión representado por el anuncio. De esta forma, aquel deseo consumista se ha trasformado primero en envidia y, poco a poco, en necesidad de destruir a todos aquellos que mereciendo disfrutar de aquel bien de consumo menos que el--según su percepción--, no obstante, lo tienen. Los padres pueden evitar estas influencias nocivas de la publicidad televisiva, bien educando a sus hijos en una sana sobriedad, de manera que sepan observar la televisión y los anuncios críticamente, y/o bien animándoles a compartir lo que tienen y a tolerar mejor las frustraciones por lo que todavía no tienen. Hacer frente a la cultura de "tener" puede ser muy ventajoso, no solo para combatir los celos infantiles, sino para formar y educar al hombre que por ahora acaso sólo sea un aprendiz de niño celoso.

Jugando a recordar anécdotas familiares

Los niños celosos suelen pensar que no son apreciados por sus padres. Para cambiar estas convicciones los padres deben gastar mucho tiempo, haciendo excursiones con ellos, estando a su lado tratando de escucharles o participar con ellos en los hobbies que tengan. En otras ocasiones bastará con que los padres recuerden a sus hijos celosos lo bien que se sentían de pequeños cuando ellos le sonreían, jugaban o les ayudaban a resolver sus pequeños conflictos y dificultades.

Cuando juntos se recuerdan viejas anécdotas es muy difícil que el niño celoso continúe pensando que a el se le quiere menos que a su hermano pequeño y, a partir de aquí, se puede comenzar a cambiar y madurar. Si desaparecen sus temores, el niño celoso cambiará; en caso contrario, continuará revisando su diario de afrentas y agravios y la protesta continuará.

La educación en la afectividad

El ámbito de la educación que más específicamente incide en el comportamiento celoso es de la educación afectiva de los hijos, muchas veces descuidado. Nadie negará que la mayoría de los padres quieren mucho a sus hijos. Y de ahí que piensen que queriéndoles tanto ya basta, que a través de las continuas manifestaciones de afecto que prodigan a sus hijos, estos acabaran por aprender a conducirse afectivamente de forma madura. Pero para educar en la afectividad no basta con manifestar el afecto de la misma forma que para la educación de los hijos en la música, en el deporte, etc., no basta con que los padres manifiesten sus habilidades musicales, deportivas, etc.

Si el afecto se entiende como un bien escaso y limitado, por el que es preciso competir para alcanzar la parte deseada, es hasta cierto punto lógico que ante la observación de la ganancia de ese bien por el hermano se concluya acerca de la perdida para si mismo. En un sistema afectivo cerrado, hermético y clausurado como este, es lógico que la envidia este siempre presente entre los niños que esperan beneficiarse afectivamente. En este caso no nos extraña que en el niño se desarrolle una especial capacidad hacia la contabilidad afectiva, vigilando escrupulosamente las dosis que reciben cada uno de sus hermanos de ese bien escaso que son los afectos.

Otra noción afectiva en que los hijos deben ser educados es que los afectos no pueden tenerse en forma exclusiva. Ningún hijo es el amor exclusivo de sus padres y, por consiguiente, ninguno de ellos debe temer la perdida de la exclusividad en los afectos de sus padres. Todo hijo debiera aprender, como parte de la virtud de la generosidad, que cuanto más se comparten los afectos entre los hermanos mas unido se esta a ellos y con los padres y, por tanto, mayor y mas calidad tiene ese afecto.

El afecto familiar como el apego infantil no es una propiedad ni una posesión que se consiga de una vez por todas y para siempre, como si se tratase de una herencia. Tampoco es algo que se pueda ni deba cuantificar. No son convenientes las usuales preguntas al niño, por los adultos acerca de ‘‘¿cuanto quieres a tu papa?’’, ‘‘¿a quien quieres más ?’’...

Principios que pueden ser útiles para la educación de la afectividad del niño celoso:

1. Es conveniente que el niño se alegre del bien ajeno, es decir, cuando observa algo bueno realizado en otra persona. Esto difícilmente ocurrirá si el niño no aprende a observar y a distinguir lo bueno en una cierta educación en los valores.
Esta muy extendida la costumbre de percibir únicamente lo malo de las personas, los defectos, sin que apenas haya ojos entrenados en observar las cualidades positivas que también esas personas tienen. Esta tendencia en el modo de percibir a los demás debe corregirse pues, de lo contrario, es muy fácil el asentamiento sobre ella de la envidia

2. Aunque cierto tipo de comparaciones son connaturales entre los niños, puesto que es un procedimiento que les ayuda a conocer y a conocerse, las comparaciones que intervienen en el comportamiento celoso son de otro tipo y no tan naturales. Se orientan a autovalorarse como superior o inferior respecto a los otros. Es muy conveniente enseñarle a que evite establecer ese tipo de comparaciones.

3.- La educación afectiva del niño celoso debe ser abierta, de manera que se le pueda mostrar una pluralidad de valores. Si se procede así, el niño celoso comprenderá que las comparaciones con otros hermanos y compañeros no tienen sentido, puesto que si el se siente superior en esto o aquello en relación con su hermano, este en cambio es muy superior a él en otras cualidades diferentes. De otro lado, la pluralidad de valores amplía el horizonte educativo y motivacional del niño.

La educación en la pluralidad de los valores imposibilita en buena parte esa tendencia a la exclusividad posesiva. Si aprende que hay muchos valores y que de todos ellos puede tener una parte mayor o menor--cosa que es compatible con que los demás también tengan otras porciones--, entonces no planteara un comportamiento celotípico precisamente cuando se siente amenazado en la exclusividad de aquello que posee.

4.- Para reducir el egoísmo que caracteriza al comportamiento celoso puede ser muy conveniente educar al niño en otros principios antropológicos fundamentales como algunos de los siguientes:

a) Que cualquier persona vale más que todas las cosas, posesiones y pertenencias.

b) Que es más sano preocuparse por los demás que únicamente preocuparse por sí mismo.

c) Que ante la admiración de un valor realizado en un compañero, lo que no hay que hacer es desearlo para sí sin ningún esfuerzo, sino más bien tratar de conquistarlo a través de un sano deseo de superación de uno mismo.

d) Que la prosperidad de los que nos rodean nunca hemos de tomarla cómo algo que forzosamente nos perjudica o nos causa un grave perjuicio.

5. La educación en la afectividad del niño celoso puede sintetizarse en lo que sigue: tratar de hacer de él una persona que sepa querer y que no sea dependiente de los demás, por el afecto que de ellos recibe. En principio, durante las primeras etapas del desarrollo son dependientes del afecto que de sus padres reciben. Pero si esa dependencia afectiva se prolongase a lo largo de su vida, su personalidad entera seria dependiente, constituyéndose y configurándose de una forma neurótica. Por consiguiente, al niño hay que educarle para que sepa querer, que es algo muy diferente de depender afectivamente de los demás. Un niño madura y aprende a querer:

a) Si es capaz de establecer un vínculo afectivo y auténtico con alguien y no condiciona su querer únicamente al hecho de que le quieran.

b) Si es capaz de autoestimarse y respetarse a si mismo, independientemente de que reciba o no afecto continuo de otras personas.

c) Si no confunde las discrepancias, desacuerdos y diversas maneras de ser, con manifestaciones de rechazo, animadversión y descalificación personal.


d) Si tolera las frustraciones que la convivencia humana comportan, sin que por ello se rompa o destruya la amistad y el afecto que tiene a las otras personas.

(Extractado de A. Polaino)

CAUSAS DE LOS CELOS

Existen distintas situaciones que pueden provocar en el niño el temor a perder el afecto de los padres o el sentimiento de haberlo ya perdido. Cabe destacar:


- El nacimiento de un hermano: el recién nacido requiere una serie de cuidados y atención que hace perder al mayor parte de la que se le dedicaba a él; la conducta de la madre hacía los hijos cambia durante y después del embarazo, puede aparecer impaciente o fácil de enfadarse, estos cambios están asociados a la gestación y el niño hace responsable de ellos al bebé.


- Los favoritismos y preferencias de los padres: a veces abierta y otras solapadamente los padres manifiestan preferencias por uno de los hijos, lo que crea celos en los otros. Puede existir una situación especial que se crea entre dos hermanos cuando alguno de ellos presenta algún tipo de deficiencia, sobre todo física, con lo que acapara la atención y protección de los padres.

-La excesiva dependencia o necesidad de uno de los padres por parte del niño: normalmente de la madre, lo que desencadena celos hacia al otro progenitor por considerarle rival.


-El sentimiento de inseguridad y de inadaptación: el niño o la persona insegura frecuentemente envidia a los demás; estos sentimientos suelen ser el resultado de situaciones de ridículo en la infancia, de sentirse rechazado o bien criticado de forma severa. El alentar la competencia entre los hermanos favorece la presencia de los celos.
No le es fácil al niño compartir a su madre ni con el padre ni con el hermano, pero con éste último le es más difícil porque es más parecido a él.

 
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