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APRENDER A SER CIUDADANO EN LA ESCUELA

La vida de los niños y los adolescentes está organizada en espacios y tiempos que, en muchos casos, no tienen nada que ver con lo que se pretende hacer en la escuela. El tiempo escolar es uno más, quizá el menos influyente y gratificante de su vida.

En el tiempo escolar, el niño entra en contacto con un entorno de institucionalización distinto de la familia, comienza a experimentar el sentimiento de rechazo, tolerancia o aceptación de sus compañeros y hacia sus compañeros, así como de sus educadores y profesores. En el tiempo escolar, el niño aprende el sentido de la responsabilidad para con sus obligaciones como estudiante, y el sentido de la colaboración en equipo; el sentido del compañerismo y la amistad; el sentido de la participación y la autonomía. Este proceso lento, iniciado en el seno familiar como marco de una primera socialización, continúa y se amplía en el sistema escolar.

Pero hoy la escuela tiene que enfrentarse a nuevos condicionantes. Uno de los problemas más urgentes en la escuela no es el de los que no pueden aprender , sino el de los que no quieren estudiar. Y son cada día más los que, obligados por ley a estar en la escuela y en la misma enseñanza hasta los dieciséis años, no quieren este tipo de estudio, no tienen otra salida y son un factor frecuente de conflictos. Estudios realizados en varias provincias españolas, por diferentes instituciones, corroboran el dato siguiente: las experiencias escolares negativas son el mejor predictor del deslizamiento de los niños y los adolescentes hacia la droga y la delincuencia. En cambio, son menos vulnerables los niños y adolescentes que, aunque tengan un rendimiento académico normal, tienen una adecuada integración al medio escolar.

Los educadores sabemos que no somos islas y que no educamos en campanas anti-ruidos. A la escuela llegan todos los estímulos de la satisfacción vital que los niños y adolescentes disfrutan en la calle, en los círculos de amistades, o que les venden los medios de comunicación. Y la escuela no es siempre un espacio y un tiempo placentero y lúdico, sobre todo a partir de ciertas edades, en las que la carga de estudio exige más aplicación y rendimiento, y en las que el éxito y el fracaso cobran más significado social. La escuela exige esfuerzo, grandes dosis de voluntad para concentrarse; exige abnegación, sacrificio, constancia, paciencia laboriosa, organización, autodominio y fortaleza interior.

En contra, predomina en nuestra sociedad un clima de moral blanda, guiada por los deseos y la imaginación, las pasiones y la búsqueda ilimitada de sensaciones, en definitiva, una cultura que convierte los deseos y las apetencias en derechos. En contra, la difusión de mensajes reduccionistas sobre la democratización de la escuela nos arrastró hacia una cierta tiranía del alumno que se resiste ante el esfuerzo, ante las exigencias de los profesores, ante la necesidad de respetar las reglas de juego del trabajo y la convivencia. Es el resultado de la prevalencia de lo que me apetece y lo que no me gusta en el seno de la escuela, la familia y la sociedad.

Hoy es urgente recuperar al interior de la escuela las condiciones previas para reflexionar, para aprender, para convivir: el orden ambiental, la disciplina, el ambiente sano y seguro, etc. Pero hace falta sobre todo recuperar (igual que en la sociedad y en la familia) el sentido de jerarquía y autoridad, el respeto a las normas sociales y a las leyes; en definitiva, el respeto a los derechos y deberes propios y de los demás.

El desafío de la formación de la ciudadanía.
(Ángel Berna Quintana)

 
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