La Fiscalía General del Estado alerta de un "preocupante" incremento de casos de violencia doméstica ejercida por los hijos adolescentes sobre sus progenitores, asegurando que en estas infracciones no hay distinción de clases sociales y, en su mayoría, los jóvenes que las cometen son reincidentes.
Una cosa es leer esta noticia en la prensa y otra, muy distinta, oírla en boca de una madre a la que tu conoces de una hija maltratadora a la que tú, también conoces.
No puedo ocultar el impacto tan tremendo que semejante noticia tiene y a la vez, no dejas de preguntarte cómo se puede llegar a tan exagerado extremo.
Pegar al padre parece que en algunos casos ya no es algo inconcebible e inaudito, el acto monstruoso que viola el mandamiento del “honrarás a tu padre y a tu madre”. Niños y adolescentes han empezado a levantar la mano a sus progenitores (a su madre preferentemente) y, en muy poco tiempo, el delito de maltrato a los padres, antes irrelevante a efectos estadísticos, ha adquirido visos de epidemia.
“Cuando los padres denuncian es porque han llegado a una situación límite. Se sienten doblemente avergonzados por tener que pedir que se actúe contra sus hijos y porque la denuncia misma les parece la constatación de un fracaso”, indica Consuelo Madrigal, fiscal de Menores del Tribunal Supremo. Las estadísticas constatan, asimismo, un espectacular incremento de chicas que pegan a sus madres y también chicas que pegan a otras chicas. “En el maltrato a los padres, los géneros están ya casi a la par, cuando hace pocos años ése era un delito abrumadoramente masculino”.
Otro dato de preocupación añadida es que los maltratadores adolescentes reproducen fatalmente el modelo machista, por mucho que hayan estudiado en colegios mixtos y se les suponga aleccionados en los valores de la libertad y la igualdad. La gran mayoría de estos chavales, de edades entre los 14 y los 18 años -en la legislación española, los menores de 14 años no pueden ser imputados, cometan el delito que cometan-, pasan por jóvenes normales y poco conflictivos. De hecho, por lo general, no cometen más delitos que sojuzgar, vejar y pegar a sus padres... y a sus novias.
Como ocurre con la violencia de género, el maltrato a los padres atraviesa todas las estructuras sociales, aunque, en este caso, se concentre, especialmente, en los hogares de las clases medias.
Se equivocan, pues, quienes piensan en niños surgidos de la marginación social, pero aciertan quienes ven en las familias desestructuradas un factor de riesgo. “Algunos de estos chicos han sido testigos de malos tratos conyugales o han padecido directamente las agresiones paternas.
Pero, la pregunta del porqué de este estallido sigue en pie, admitida la transmisión intergeneracional de traumas y conductas y establecido que la familia es, a veces, la primera patología a tratar. ¿Qué está pasando para que niños y adolescentes que antes se fugaban del hogar opten por quedarse en casa a tiranizar a sus progenitores? ¿Y para que los padres que antes expulsaban del hogar a sus hijos díscolos o depravados ocupen hoy el papel de víctimas? La respuesta prácticamente unánime de los encargados de encauzar la violencia de los menores es que hemos sustituido el modelo autoritario del “ordeno y mando” por una práctica permisiva y sin límites, igualmente nefasta a efectos educativos.
“El principio de autoridad se ha debilitado y ni la sociedad ni la familia han sabido establecer otros valores y límites. Las agresiones a los padres y la violencia de género aumentan porque nos estamos equivocando gravemente en la educación”, advierten los expertos. “La mayoría de los menores delincuentes surgen en un modelo permisivo e indulgente que genera niños individualistas y hedonistas, incapaces de aceptar la frustración”.
“Como el modelo autoritario de familia no ha sido sustituido por un modelo alternativo verdaderamente educativo, muchos padres no saben qué deben hacer con sus hijos, más allá de transmitirles los afectos.