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Dislexia


Se estima que afecta a uno de cada diez niños, muchos de ellos no diagnosticados que la padecerán durante toda la vida

Albert Einstein y Alexander Graham Bell tenían algo más en común que su amor a la ciencia y un nombre que empezaba por 'a': eran disléxicos. Un trastorno que compartían con otros personajes tan conocidos como Walt Disney, Thomas A. Edison y Leonardo da Vinci, y que afecta al 10% de la población. Los especialistas aseguran que la dislexia no se puede diagnosticar hasta que el niño tiene entre cinco y ocho años, pero advierten de que todavía hoy muchos casos pasan desapercibidos disfrazados como problemas de hiperactividad o fracaso escolar. Las dificultades a la hora de leer y escribir que presentan los disléxicos suponen una importante traba para el aprendizaje y se traducen en un sobreesfuerzo académico que no se ve reflejado en las calificaciones. Como consecuencia, el niño pierde la autoestima y es frecuente que la dislexia se asocie con problemas de depresión en los menores.

Cómo detectarla en el niño

La dislexia es una dificultad específica para aprender a leer y escribir. Su incidencia en la población se estima en un 10%, con un 4% de extremadamente disléxicos y un 6% de mediana o moderadamente disléxicos, y se trata de un trastorno que acompaña durante toda la vida a quien lo padece. Asegura José Ramón Gamo -logopeda, neuropsicólogo y director del Centro de Atención a la Diversidad (CADE)- que los niños disléxicos "tienen una capacidad intelectual media o por encima de la media", aunque reconoce que la dificultad en la comprensión de los escritos les acarrea un retraso de aprendizaje de dos años con respecto al resto de sus compañeros. "Por tanto, antes de los ocho años es imposible diagnosticar el problema. Éste es un aspecto fundamental porque se suelen cometer muchos errores en la detección de las dificultades lectoras en niños menores e identificarlas como dislexias", señala.

Para la psicóloga infanto-juvenil Helena Alvarado, la dislexia se puede detectar antes del acceso a la 'lectoescritura'. "De hecho -afirma-, a los cuatro o cinco años hay una serie de síntomas que pueden servir de indicadores de alarma para los padres". Estas señales son aquellas que están relacionadas con el nivel de comprensión y lenguaje del niño ya que, especifica Alvarado, "es habitual que a los cuatro años un niño hable con fluidez y tenga una capacidad lingüística que, en el caso de los niños disléxicos, no se produce". "Además -prosigue-, estos niños suelen tener problemas en el momento de memorizar canciones, problemas de ritmo, falta de concentración e, incluso, les cuesta hacer un puzzle por muy sencillo que sea".

El origen de la dislexia no está claro. Parece radicar en una alteración neurobiológica, una disfunción cerebral, que en más de la mitad de los casos es hereditaria y obliga, por lo tanto, a estudiar la historia de los progenitores antes de tratar a su hijo en la consulta del especialista. "Siempre hay que preguntar a los padres si hay alguna historia similar en un familiar cercano", ratifica Helena Alvarado. Por su parte, Mireia Golobardes y Elisenda Jardí, del centro Cedipte-psicologia, explican que "las dificultades de lectura en los niños están causadas por un déficit en el procesamiento perceptivo", mientras que "los problemas para aprender a leer están causados por una dificultad para adquirir y almacenar en el cerebro el recuerdo visual de las palabras y las letras". Precisamente, esta disfunción es la que dificulta la tarea de acceder a leer palabras, tanto las que son conocidas o muy frecuentes y se pueden reconocer por la ortografía (dislexia visual o dislexia ortográfica), como las palabras menos frecuentes pero que se leen traduciendo los sonidos de las letras que las componen (dislexia fonológica) o ambas (dislexias mixtas).

Todas estas características derivan en una serie de síntomas como son la dificultad en el reconocimiento de las palabras, su invención, omisión, confusión o inversión de algún sonido o letra, como la 'd' por la 'b', o la 'p' por la 'q'. Además, aunque no hay dos niños disléxicos iguales, según recuerda Alvarado, otras características que presentan son la falta de habilidad para recordar nombres; diferente manera de coger el lápiz, que presionan demasiado sobre el papel; dificultad para atarse los cordones, patinar o montar en bicicleta; mantienen mal el equilibrio; tienen mala memoria a corto plazo pero excelente a largo plazo; oído muy fino; dificultad para realizar operaciones matemáticas o aprender a manejar el reloj; mala orientación; sueño muy ligero o muy profundo; gran curiosidad y creatividad. Una multitud de detalles descritos aunque, subrayan desde la Asociación Dislexia y Familia (Disfam), "en la actualidad la dislexia continúa siendo la gran desconocida y no existe una legislación que ampare a los niños y niñas con dislexia en el marco educativo".

Dificultad en la escuela

A menudo, los niños disléxicos suelen tener problemas académicos derivados de la dificultad para el aprendizaje. Son niños inteligentes pero que necesitan que les enseñen de un modo diferente al tradicional. Por eso es habitual que obtengan bajas calificaciones en la escuela y que los padres o profesores piensen que se trata de un caso de fracaso escolar. La psicóloga Helena Alvarado advierte en este sentido que cuando un caso no se ha detectado a tiempo, las consecuencias se empiezan a ver en secundaria, etapa en la que se resaltan las dificultades que ya había en primaria, de manera que el sobreesfuerzo que realizan los niños es entonces mayor para rendir adecuadamente. "En cada clase de 40 niños podría haber un niño disléxico, y actualmente no se ha diagnosticado un disléxico en cada clase", continúa la psicóloga.

Por el contrario, cuando el caso está diagnosticado y el niño sabe por qué debe esforzarse más que el resto de sus compañeros, "este sobreesfuerzo no es tomado en consideración desde el momento en que acabamos normalizando la situación del alumno y olvidándonos de su dificultad", asegura Alvarado. "A un niño invidente no le daremos nunca un libro que no esté en braille, sin embargo, un niño disléxico debe recordar a más de un profesor qué es lo que padece y cuáles son las cosas que no puede hacer adecuadamente. Los cambios de curso, y más notoriamente los cambios de ciclo, se viven como un 'volver a empezar' y rememorar de nuevo las dudas y temores sobre sus dificultades, lo que aumenta el estrés y disminuye el rendimiento. La falta de comunicación entre profesionales de la educación y familia agrava esta situación", advierte.

En otras situaciones puede ocurrir lo contrario y que en lugar de realizar un sobreesfuerzo las personas con dislexia presenten falta de atención debida a la falta de motivación por no poder aprender al mismo ritmo que el resto. Las psicólogas Mireia Golobardes y Elisenda Jardí explican cómo esta desmotivación se puede confundir en el aula con comportamiento pasivo y/o de aburrimiento del niño. "Además -agregan-, el reforzamiento positivo y apoyo que reciben de los padres, profesores y otros compañeros puede influir en que se sienta inferior y tenga o no ganas de intentarlo y esforzarlo".

"Generalmente, cuando una persona sin dificultades de aprendizaje rememora su infancia escolar suele recordar momentos significativos, como representaciones teatrales, excursiones o viajes de estudios, los juegos y recreos, etc., todos ellos positivos en su mayoría y carentes de vivencias angustiosas. Sin embargo, los niños disléxicos manifiestan de manera espontánea vivencias negativas reiteradas por todos y argumentan con mucha seguridad que quien no vive el trastorno y la situación que comporta, no es capaz de comprenderlo en toda su magnitud", describe Helena Alvarado.

Este ambiente de descontento es creado en gran parte tanto por el profesor que desconoce lo que le ocurre al niño y no le presta la ayuda que necesita, como por los compañeros, que se burlan de él por sus bajas calificaciones. "Además, los profesores y el resto de niños no siempre comprenden comportamientos misteriosos en los alumnos con dificultades de lectura y escritura, como son el hecho de que el alumno parece tener días en que lee bien y días que lee mal. Por ejemplo, un día puede leer bien la palabra 'primavera' y otro leer 'princesa', o leer 'tarmiva' en lugar de 'tranvía'. Odian leer", matizan Golobardes y Jardí.

 
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